lunes, 10 de mayo de 2010

¿Sexo ó amor?... ¡sexo!

Por: Tikis

Hoy daré inicio a contar la corta, pero bien aprovechada aventura que viví hace ya algún tiempo, todo comenzó una noche calurosa, yo me encontraba caminando por la calle Manzanares de la colonia San Gerónimo, iba de regreso del trabajo, todos los días paso por el mismo lugar ya que el microbús me deja a unas cuantas cuadras de mi casa, sin embargo, eso nunca me ha molestado, porque llegar a mi calle es realmente grato, más cuando veo a doña Martha una viejecilla de 80 años sentada afuera, en su patio, disque tomando el fresco, cuando en realidad sale a observar con una mirada libidinosa a cuanto hombre se le ocurre pasar cerca de la rejilla que adorna su casa. Ciertamente es un hombre en específico, Guillermo, mejor conocido como “el muñeco”, un hombre de 28 años, alto, moreno, fornido, y debo admitir que apuesto, muy apuesto, todas las mujeres de Manzanares babeaban por él, nunca faltaban los coqueteos e incluso los regalitos para amarrarlo.

Pero en fin, continuando con la descripción de aquella noche, no puedo dejar de lado a la principal testigo de un hecho sin duda relevante en mi vida, la ya mencionada Manzanares, y es que esta calle es realmente bella, en toda su longitud hay un sin número de farolillos que por la noche alumbran con gran singularidad y le dan un toque un tanto romántico, llegando a la mitad se encuentra una jardinera, con flores de múltiples colores que esparcen un dulce olor, a su alrededor, están las bancas que acostumbran ser utilizadas por las parejas de jovencitos que juegan a ser adultos, sí, juegan a ser adultos porque ni siquiera saben lo que es el amor y ya están como muéganos pegados haciéndose grandes promesas, siempre que los miro me parecen absurdos, patéticos, pero a veces creo que todo eso en realidad es envidia, no puedo decir que de la buena porque dicen que esa no existe, así que es sólo envidia porque a mis 45 años no he podido consolidar una relación de pareja.

En mi adolescencia tuve un par de noviecillos, entre ellos el ingrato de Pedro, ese sólo quería llevarme a la cama, pero como yo siempre he sido una mujer madura obvio no lo logró, bueno, no lo logró cuando él quiso, pero después solita y sin paracaídas yo me avente al abismo de su desamor, a su falta de romanticismo y a sus enormes ganas de utilizarme sólo como un objeto sexual, me puse de pechito como quien dice y así también fue para mi desgracia, con Luis, Roberto y Andrés.

Nunca había conocido el gran amor, ese donde estúpidamente te sientes en las nubes, donde todo es lindo, tierno, amable, y a su vez seductor, apasionante e intenso, ningún hombre hasta entonces me había satisfecho, todos habían sido como un amasador, porque parecía que fuese yo un pedazo de masa, me sobaban en vez de acariciarme, de disfrutar mi suave piel de una manera tierna, nada había sido romántico ni suficiente para excitarme de manera verdadera, ellos habían sido unos brutos y yo una mujer insatisfecha en el ámbito sexual y emocional.

Pero todo cambió aquella noche, aquella donde inesperadamente se posó frente a mí tremenda figura, aquella donde sentí por primera vez ese nerviosismo que invade todo tu cuerpo y te hace sudar, y es que al caminar como dije, directo a casa, él de golpe se me apareció, al verlo me quedé estupefacta, sólo con el silencio y Manzanares de testigos. Me impresionó sin duda su mirada, nunca antes la había visto así, fijamente, en verdad era cautivadora, fue como si me hipnotizara, porque no pude mover una sola de mis extremidades, cuando de pronto, con una voz seductora me dijo: ¡Buenas noches, hermosa! Yo sin duda me emocioné, pues hace tiempo que un hombre no me llamaba de tal forma, así que le respondí: ¡Buenas noches Memo, que se le ofrece! Sí, efectivamente era el Guillermo aquel, el muñeco, el hombre que para apenas esa mañana me resultaba un vividor. Sin permitirme el paso, se acercó a mi oído y me cuestionó: ¿Ya le habían dicho antes que es usted muy atractiva?, ¿qué tiene un olor tan peculiar que puedo olerlo a metros de distancia? Su voz en mi oído me erizo por completo la piel, me sentí excitada, más cuando al despegarse rozo accidentalmente mi mejilla, yo me encontraba sorprendida pero deseosa, muy deseosa de aquel hombre. Corrí apresuradamente sin mirar a atrás, no le respondí, llegué a mi casa, luego me adentré en mi habitación y me encerré por horas, no daba cuenta de lo que me había sucedido, ¿cómo era posible que a mi edad un muchachito podía agarrarme tan desprevenida?, me había excitado más que en toda un noche completa de sexo con mis anteriores parejas. Lloré, lloré como una niña pequeña, no sé si por la falta de un hombre, o por darme cuenta que dentro de mí yacía una hembra, con fantasías y deseos de aventurarme a una experiencia que me convirtiera en una verdadera mujer, en una mujer en toda la extensión de la palabra.

No dormí en toda la noche, la voz de Memo retumbaba en mis oídos, la sensación de rozar su piel se repetía una y otra, y otra vez. A la mañana siguiente alguien tocó a mi puerta, al abrir descubrí que habían dejado un paquete, no traía remitente, cerré y me dirigí hacia la sala, me senté sobre el sofá, al abrir el misterioso bulto, sorpresivamente descubrí que era una caja de madera, dentro de ésta había una llave con una nota que decía: “Tienes en tus manos la llave que abre mi corazón, ven cuando así lo quieras”. A mi mente llegó Guillermo, tenía la firme convicción que había sido él, no salí en todo el día hasta pasada la medianoche, cuando decidida, salí a averiguar lo que podría abrir aquella llave. Me dirigí a su casa, sí, a la casa de Memo, con profundo miedo vigilé que nadie me mirase, temblorosa, metí la llave en la cerradura, sin esfuerzo alguno entró, no supe qué hacer y cuando estaba a punto de darme la vuelta y retirarme, la puerta se abrió, ahí estaba él, sonriéndome e incitándome con esa mirada a pasar, sin tanto esperar me dijo: ¡Creí que no llegabas linda, pero pasa, que tengo algo preparado para ti! Yo me sonrojé pero no dude en entrar, oportunidades como esa no se daban todos los días.

Al entrar a la casa inmediatamente me percaté que la había aseado, aún podía olerse el penetrante olor del limpia pisos, frente a la puerta se encontraban las escaleras, al mirar hacia arriba podía verse el barandal y uno de los cuartos, aún lado de las escaleras en la pared más próxima, había una pequeña mesa donde se encontraba el teléfono y junto a éste un directorio con un porta plumas, todo estaba perfectamente acomodado. Él sujetó mi mano y me llevó hacia el otro cuarto, ahí estaba la sala, con la mesa de centro adornada con un gran número de velas aromatizantes, había preparado una ensalada, varias brochetas de fruta con chocolate y dos copas listas para servir el vino blanco que reposaba dentro de la cubetera.

Yo no podía creer lo que pasaba, era realmente como estar viviendo un sueño, no entendía cuales eran las verdaderas intenciones de este hombre para conmigo, al principio me porte reacia, pero cuando me invitó a sentarme al ras de la mesa y comenzamos a platicar, mi actitud había cambiado. Mientras cenábamos nunca me atreví a preguntarle el por qué de este suceso, la verdad es que sólo quería disfrutar de su compañía y olvidar por un momento la soledad que por años me había invadido. En el transcurso se rozaron nuestras manos, se cruzaron nuestras miradas, compartimos carcajadas, hasta que inesperadamente me besó, fue realmente lo más delicioso y excitante que me había pasado en toda la vida, tanto que inmediatamente sentí la necesidad de pegar mi cuerpo con el suyo, de frotar mi clítoris con su pene, así que suavemente nos entrelazamos. Él comenzó con besos en la oreja, pasándose al cuello y después a los hombros que lentamente descubrió bajándome la blusa, de pronto mientras él se encontraba sentado en el piso, recargado sobre el sofá, yo con las piernas abiertas me monté en él, me desabotonó la blusa mientras iba besando mis pechos que poco a poco quedaban al descubierto, yo no dejaba de acariciarle la cabeza fuertemente a consecuencia de mi excitación.

Después me tomó por las nalgas y me cargó para así poderme recostar en el sofá, se quitó la camisa, yo enseguida me abalance a besar su pecho, parecía una fiera en celo, se volvió contra mí y me retiró por completo mi sostén, chupaba mis pezones lo que me producían un leve gemido, de pronto, metió su mano bajo mi falda y acarició lentamente mi vulva, comenzaba a humedecerme, quitó por completo mis prendas y se dispuso a desabrocharse el pantalón, al desprenderse de él, vi su pene erecto, grueso, dirigirse hacia mi vagina, sentí primero la punta, empujándolo suavemente lo sentí a la mitad hasta que por fin llegó hasta adentro, me había penetrado, mi vagina se comprimía provocándome mayor deseo, con su mano seguía acariciándome el clítoris, sacó por unos segundos su pene y me hizo voltear, se recostó junto a mí y me hizo alzar mi pierna derecha, tomó su pene y volvió a penetrar mi vagina, yo sentía como su vello púbico rozaba mis nalgas, al cabo de unos minutos, volvió a ponerme de frente, su lengua intentaba introducir mi vagina, luego succionaba mis labios, hasta que logré mojarme, yo me incliné decidida a corresponderle de la misma manera, en mi boca metí y saque su pene, acaricie su glande y después de un rato volvió a penetrarme, fue ahí, dentro de mí donde eyaculó.

Aquel momento indudablemente fue perfecto, después de un par de horas me retiré sin decir una sola palabra, él tampoco habló, me dirigí a mi casa, ni siquiera me acompañó, estaba realmente abrumada, por un lado había experimentado la más grande satisfacción sexual, pero por el otro, en lo emocional, estaba un poco decepcionada, decidí no darle mayor importancia, después de todo qué más daba si no era él, el príncipe azul que alguna vez de adolescente había soñado encontrar, porque sin siquiera habérselo pedido, ya me había hecho sentir realmente una mujer.

Al día siguiente no supe en lo absoluto de él, estaba tan cansada que me la pasé recostada sobre la cama, medio desayuné y comí unos panecillos con jugo mientras seguía descansando, llegó la noche y a la mañana siguiente, ahí estaba, frente a mi puerta con un enorme ramo de flores, tocó y sin nada que hacer, le abrí, no tomé importante el detalle que traía en sus manos, en ese momento, después de reflexionarlo toda la noche, ya no era tan significativo que ese hombre se enamorara de mí, era más significativo que aquella fogosa experiencia se repitiera nuevamente, y para mi suerte, el deseo se me hizo realidad por un par de semanas más.

Un día sin explicación alguna me cambió por Martha, no la viejecita de la que les platiqué al principio, no la que veía con libido a mi muñeco, no, esa no, sino otra Martha, una supuesta cajera del supermercado, igual de mayorcita que yo, pero me percaté que eso no me molestaba, él me había enseñado y brindado ya, ardientes momentos que para mí eran suficientes, fue ahí donde dejé salir mi lado amable, no peleé, las demás mujeres también tenía derecho a experimentar lo que yo había vivido, estaba segura que a esa Martha o a cualquiera otra también las haría dichosas momentos tan placenteros, no me comporté envidiosa, entre más mujeres plenas sexualmente mejor, al fin y al cabo lo que yo gocé nadie podría ya quitármelo.

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lunes, 10 de mayo de 2010

¿Sexo ó amor?... ¡sexo!

Por: Tikis

Hoy daré inicio a contar la corta, pero bien aprovechada aventura que viví hace ya algún tiempo, todo comenzó una noche calurosa, yo me encontraba caminando por la calle Manzanares de la colonia San Gerónimo, iba de regreso del trabajo, todos los días paso por el mismo lugar ya que el microbús me deja a unas cuantas cuadras de mi casa, sin embargo, eso nunca me ha molestado, porque llegar a mi calle es realmente grato, más cuando veo a doña Martha una viejecilla de 80 años sentada afuera, en su patio, disque tomando el fresco, cuando en realidad sale a observar con una mirada libidinosa a cuanto hombre se le ocurre pasar cerca de la rejilla que adorna su casa. Ciertamente es un hombre en específico, Guillermo, mejor conocido como “el muñeco”, un hombre de 28 años, alto, moreno, fornido, y debo admitir que apuesto, muy apuesto, todas las mujeres de Manzanares babeaban por él, nunca faltaban los coqueteos e incluso los regalitos para amarrarlo.

Pero en fin, continuando con la descripción de aquella noche, no puedo dejar de lado a la principal testigo de un hecho sin duda relevante en mi vida, la ya mencionada Manzanares, y es que esta calle es realmente bella, en toda su longitud hay un sin número de farolillos que por la noche alumbran con gran singularidad y le dan un toque un tanto romántico, llegando a la mitad se encuentra una jardinera, con flores de múltiples colores que esparcen un dulce olor, a su alrededor, están las bancas que acostumbran ser utilizadas por las parejas de jovencitos que juegan a ser adultos, sí, juegan a ser adultos porque ni siquiera saben lo que es el amor y ya están como muéganos pegados haciéndose grandes promesas, siempre que los miro me parecen absurdos, patéticos, pero a veces creo que todo eso en realidad es envidia, no puedo decir que de la buena porque dicen que esa no existe, así que es sólo envidia porque a mis 45 años no he podido consolidar una relación de pareja.

En mi adolescencia tuve un par de noviecillos, entre ellos el ingrato de Pedro, ese sólo quería llevarme a la cama, pero como yo siempre he sido una mujer madura obvio no lo logró, bueno, no lo logró cuando él quiso, pero después solita y sin paracaídas yo me avente al abismo de su desamor, a su falta de romanticismo y a sus enormes ganas de utilizarme sólo como un objeto sexual, me puse de pechito como quien dice y así también fue para mi desgracia, con Luis, Roberto y Andrés.

Nunca había conocido el gran amor, ese donde estúpidamente te sientes en las nubes, donde todo es lindo, tierno, amable, y a su vez seductor, apasionante e intenso, ningún hombre hasta entonces me había satisfecho, todos habían sido como un amasador, porque parecía que fuese yo un pedazo de masa, me sobaban en vez de acariciarme, de disfrutar mi suave piel de una manera tierna, nada había sido romántico ni suficiente para excitarme de manera verdadera, ellos habían sido unos brutos y yo una mujer insatisfecha en el ámbito sexual y emocional.

Pero todo cambió aquella noche, aquella donde inesperadamente se posó frente a mí tremenda figura, aquella donde sentí por primera vez ese nerviosismo que invade todo tu cuerpo y te hace sudar, y es que al caminar como dije, directo a casa, él de golpe se me apareció, al verlo me quedé estupefacta, sólo con el silencio y Manzanares de testigos. Me impresionó sin duda su mirada, nunca antes la había visto así, fijamente, en verdad era cautivadora, fue como si me hipnotizara, porque no pude mover una sola de mis extremidades, cuando de pronto, con una voz seductora me dijo: ¡Buenas noches, hermosa! Yo sin duda me emocioné, pues hace tiempo que un hombre no me llamaba de tal forma, así que le respondí: ¡Buenas noches Memo, que se le ofrece! Sí, efectivamente era el Guillermo aquel, el muñeco, el hombre que para apenas esa mañana me resultaba un vividor. Sin permitirme el paso, se acercó a mi oído y me cuestionó: ¿Ya le habían dicho antes que es usted muy atractiva?, ¿qué tiene un olor tan peculiar que puedo olerlo a metros de distancia? Su voz en mi oído me erizo por completo la piel, me sentí excitada, más cuando al despegarse rozo accidentalmente mi mejilla, yo me encontraba sorprendida pero deseosa, muy deseosa de aquel hombre. Corrí apresuradamente sin mirar a atrás, no le respondí, llegué a mi casa, luego me adentré en mi habitación y me encerré por horas, no daba cuenta de lo que me había sucedido, ¿cómo era posible que a mi edad un muchachito podía agarrarme tan desprevenida?, me había excitado más que en toda un noche completa de sexo con mis anteriores parejas. Lloré, lloré como una niña pequeña, no sé si por la falta de un hombre, o por darme cuenta que dentro de mí yacía una hembra, con fantasías y deseos de aventurarme a una experiencia que me convirtiera en una verdadera mujer, en una mujer en toda la extensión de la palabra.

No dormí en toda la noche, la voz de Memo retumbaba en mis oídos, la sensación de rozar su piel se repetía una y otra, y otra vez. A la mañana siguiente alguien tocó a mi puerta, al abrir descubrí que habían dejado un paquete, no traía remitente, cerré y me dirigí hacia la sala, me senté sobre el sofá, al abrir el misterioso bulto, sorpresivamente descubrí que era una caja de madera, dentro de ésta había una llave con una nota que decía: “Tienes en tus manos la llave que abre mi corazón, ven cuando así lo quieras”. A mi mente llegó Guillermo, tenía la firme convicción que había sido él, no salí en todo el día hasta pasada la medianoche, cuando decidida, salí a averiguar lo que podría abrir aquella llave. Me dirigí a su casa, sí, a la casa de Memo, con profundo miedo vigilé que nadie me mirase, temblorosa, metí la llave en la cerradura, sin esfuerzo alguno entró, no supe qué hacer y cuando estaba a punto de darme la vuelta y retirarme, la puerta se abrió, ahí estaba él, sonriéndome e incitándome con esa mirada a pasar, sin tanto esperar me dijo: ¡Creí que no llegabas linda, pero pasa, que tengo algo preparado para ti! Yo me sonrojé pero no dude en entrar, oportunidades como esa no se daban todos los días.

Al entrar a la casa inmediatamente me percaté que la había aseado, aún podía olerse el penetrante olor del limpia pisos, frente a la puerta se encontraban las escaleras, al mirar hacia arriba podía verse el barandal y uno de los cuartos, aún lado de las escaleras en la pared más próxima, había una pequeña mesa donde se encontraba el teléfono y junto a éste un directorio con un porta plumas, todo estaba perfectamente acomodado. Él sujetó mi mano y me llevó hacia el otro cuarto, ahí estaba la sala, con la mesa de centro adornada con un gran número de velas aromatizantes, había preparado una ensalada, varias brochetas de fruta con chocolate y dos copas listas para servir el vino blanco que reposaba dentro de la cubetera.

Yo no podía creer lo que pasaba, era realmente como estar viviendo un sueño, no entendía cuales eran las verdaderas intenciones de este hombre para conmigo, al principio me porte reacia, pero cuando me invitó a sentarme al ras de la mesa y comenzamos a platicar, mi actitud había cambiado. Mientras cenábamos nunca me atreví a preguntarle el por qué de este suceso, la verdad es que sólo quería disfrutar de su compañía y olvidar por un momento la soledad que por años me había invadido. En el transcurso se rozaron nuestras manos, se cruzaron nuestras miradas, compartimos carcajadas, hasta que inesperadamente me besó, fue realmente lo más delicioso y excitante que me había pasado en toda la vida, tanto que inmediatamente sentí la necesidad de pegar mi cuerpo con el suyo, de frotar mi clítoris con su pene, así que suavemente nos entrelazamos. Él comenzó con besos en la oreja, pasándose al cuello y después a los hombros que lentamente descubrió bajándome la blusa, de pronto mientras él se encontraba sentado en el piso, recargado sobre el sofá, yo con las piernas abiertas me monté en él, me desabotonó la blusa mientras iba besando mis pechos que poco a poco quedaban al descubierto, yo no dejaba de acariciarle la cabeza fuertemente a consecuencia de mi excitación.

Después me tomó por las nalgas y me cargó para así poderme recostar en el sofá, se quitó la camisa, yo enseguida me abalance a besar su pecho, parecía una fiera en celo, se volvió contra mí y me retiró por completo mi sostén, chupaba mis pezones lo que me producían un leve gemido, de pronto, metió su mano bajo mi falda y acarició lentamente mi vulva, comenzaba a humedecerme, quitó por completo mis prendas y se dispuso a desabrocharse el pantalón, al desprenderse de él, vi su pene erecto, grueso, dirigirse hacia mi vagina, sentí primero la punta, empujándolo suavemente lo sentí a la mitad hasta que por fin llegó hasta adentro, me había penetrado, mi vagina se comprimía provocándome mayor deseo, con su mano seguía acariciándome el clítoris, sacó por unos segundos su pene y me hizo voltear, se recostó junto a mí y me hizo alzar mi pierna derecha, tomó su pene y volvió a penetrar mi vagina, yo sentía como su vello púbico rozaba mis nalgas, al cabo de unos minutos, volvió a ponerme de frente, su lengua intentaba introducir mi vagina, luego succionaba mis labios, hasta que logré mojarme, yo me incliné decidida a corresponderle de la misma manera, en mi boca metí y saque su pene, acaricie su glande y después de un rato volvió a penetrarme, fue ahí, dentro de mí donde eyaculó.

Aquel momento indudablemente fue perfecto, después de un par de horas me retiré sin decir una sola palabra, él tampoco habló, me dirigí a mi casa, ni siquiera me acompañó, estaba realmente abrumada, por un lado había experimentado la más grande satisfacción sexual, pero por el otro, en lo emocional, estaba un poco decepcionada, decidí no darle mayor importancia, después de todo qué más daba si no era él, el príncipe azul que alguna vez de adolescente había soñado encontrar, porque sin siquiera habérselo pedido, ya me había hecho sentir realmente una mujer.

Al día siguiente no supe en lo absoluto de él, estaba tan cansada que me la pasé recostada sobre la cama, medio desayuné y comí unos panecillos con jugo mientras seguía descansando, llegó la noche y a la mañana siguiente, ahí estaba, frente a mi puerta con un enorme ramo de flores, tocó y sin nada que hacer, le abrí, no tomé importante el detalle que traía en sus manos, en ese momento, después de reflexionarlo toda la noche, ya no era tan significativo que ese hombre se enamorara de mí, era más significativo que aquella fogosa experiencia se repitiera nuevamente, y para mi suerte, el deseo se me hizo realidad por un par de semanas más.

Un día sin explicación alguna me cambió por Martha, no la viejecita de la que les platiqué al principio, no la que veía con libido a mi muñeco, no, esa no, sino otra Martha, una supuesta cajera del supermercado, igual de mayorcita que yo, pero me percaté que eso no me molestaba, él me había enseñado y brindado ya, ardientes momentos que para mí eran suficientes, fue ahí donde dejé salir mi lado amable, no peleé, las demás mujeres también tenía derecho a experimentar lo que yo había vivido, estaba segura que a esa Martha o a cualquiera otra también las haría dichosas momentos tan placenteros, no me comporté envidiosa, entre más mujeres plenas sexualmente mejor, al fin y al cabo lo que yo gocé nadie podría ya quitármelo.

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COLABORADORES: Yuquiabe Romero, Ludyv Vogel, Danae Herrera, Jonathan González, Lorena Soto, Famorez, Erick Carpinteyro, Etoile, Graciela Sanchez, Christian Pérez, Astrid García Quintero, Aabyé Vargas, Isaac Delgado, Richy Espinoza, Ana Lilia Chávez Maturano, Aarón Zoé Guadarrama Becerril, Mario Alavéz, Kraken TV y Adonay E. Romero.