-Disculpa, ¿puedo preguntar tu nombre?-
El sonido de la voz cálida mezclada con la cara que estaba frente a mí llena de nervios y de alegría hicieron que me llenar de confianza de aquel chico de jeans y mochila al hombro y que acababa de abordar en la estación del metro y que rompía la rutina de un lunes a las 6.30 rumbo a mi escuela, o tal vez el conjunto de todos estos factores o simplemente la necesidad de platicar con alguien para aligerar el camino, de mas de media hora, hicieron que mi paranoia típica de cualquier citadina como autoprotección de depravados y locos se me fuese olvidando y me atreviera a dirigirle una sonrisa a aquel desconocido que ya se sentaba a mi lado y responderle finalmente:
-Andrea ¿y el tuyo?-
No hubo una declaración temprana de amor, ni acercamiento físico, mucho menos promesas de un futuro compartido , sólo un quinceañero y una niña de doce años, riendo para enmascarar los nervios, y que al llegar a la penúltima estación del recorrido de aquella línea del metro, volvíamos a ser 2 extraños que se despedían.
Vi como las puertas del vagón se cerraban tras él; sentí como mi corazón aún infantil, carente de heridas se enamoraba con aquella facilidad con la que lo hacen los adolescentes.
Todo ese día y la mañana siguiente me preguntaba que tan cierto había sido, si me había dormido como siempre y él era una creación de mi mente.
O si era sólo un chico aburrido que quería dialogar con alguien sin motivo aparente.
La costumbre más que la voluntad me llevaron al metro camino a la escuela nuevamente pensando en la gama de posibilidades de porqué se me había acercado aquel chico, tal vez era un secuestrador, o un pervertido, o…
-¡Hola Andi!
-¿Daniel? , hoo..ola-
Vaya en la misma estación que ayer ¡así que no lo había soñado! Eras tú Daniel, con la misma sonrisa, más llena de tranquilidad, de esperanza, dispuesto a darle color a un día que apenas comenzaba, a llenarlo de risas y anécdotas..
Segunda parte
Nuestra historia y nuestra estación
Nuevamente se cortó nuestro pequeño mundo cuando te despediste pocas estaciones antes que yo llegara a mi destino y las puertas se cerraban tras tu espalda.
Al otro día un accidente vehicular parecía amenazar esta historia pues temía que al no verme a la hora de siempre te fueras, creyendo que de mi parte sólo había desinterés.
Sin embargo, 40 minutos más tarde, al pasar por nuestra estación te descubrí buscando con la mirada.
-¿Daniel, sería posible que… me estuvieras esperando?-
Después de días donde no había duda ya de que ambos esperábamos día con día nuestro encuentro, la esperanza de un futuro compartido que poco a poco se empezaba a vislumbrar, de un “ te voy a extrañar” cada viernes y un “ ah, ya quería verte” de los lunes.
Llegó aquel día en el que se abrieron las puertas pero antes de ti entró un amigo mío, acababa de mudarse cerca de nuestra estación y con esa alegría que trae los cambios y el ver una cara conocida en medio de tantas cosas nuevas. Llegó a abrazarme, a tu parecer muy efusivamente pues entraste tras él pero nunca llegó tu dulce saludo; te sentaste en el asiento de enfrente y sólo veía como se endurecía tu semblante y desviabas tu mirada de mis ojos confundidos y llenos de duda.
Bajaste sin voltear siquiera a verme y sin saberlo, las puertas cerradas nos dividieron para siempre.
Creí que jamás te volvería a ver pero a la semana te descubrí viéndome desde el cristal de vagón continuo, y así fue durante un año, siempre con tu mirada triste y acusadora, a la cuál yo respondía con la mía llena de confusión, anhelo y dolor…
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