domingo, 20 de septiembre de 2009

Aquel fatídico día

Por Graciela Sanchez


Siento como voy cayendo al vacío, es una sensación extraña, de pronto me falta el aire, me abrazas para mitigar el daño, quiero respirar, en verdad, pero siento como tus brazos me asfixian, por más que jalo el aire, éste se niega a llenar mis pulmones y la única manera que encuentro para demostrarte a mí misma que sigo viva es llorar. Así que dejo que mis ojos se nublen (no tengo ya otro medio), mientras entiendo que ya no hay palabra o acto que cambie la realidad.

Me alejo con las lagrimas como únicas compañeras, siento que sólo ellas me van a ayudar a sacar este dolor tan fuerte que se ha albergado en mí, no quiero hacer otra cosa.

Trato, como cuando era niña, de llorar hasta quedarme dormida, sin embargo, constantemente vienen a mí suspiros desgarradores que sacan el poco aire que aun conservo, siento como se me desgarra la garganta de tanto ahogar mi voz para no llamarte, para dejar de pronunciar tu fatídico nombre.

Así va transcurriendo toda la noche, o lo que dicen que es la noche, porque esta pena me ha hecho ver cuan efímero es el tiempo.

Y a pesar de todo no logras salir de mí, sino que siento como regresas con cada una de mis lágrimas, y como, al secarse, te vas metiendo entre mis poros, y no entiendo , si yo quiero dejarte, quiero odiarte, quiero comenzar a respirar nuevamente, quiero que la sonrisa vuelva a mí, quiero acordarme de quien y como soy.

Debo acordarme de quien soy, así que decido levantarme, bañarme y vestirme, iniciar nuevamente, desecharte, pero me doy cuenta de que la sonrisa que taladro en mi rostro no lo borra todo, el dolor interno que tengo busca un escape que encuentra por mis ojos, el camino que llevo de pronto se hace difuso, no puedo ver mas que mis lagrimas, no puedo ni ver quien es la que está en mi espejo.

Van pasando las horas, y con ellas voy pasando yo, y me doy cuenta de que al irte de llevaste gran parte de mí, incluso aquella que era mía antes de que te conociera.

Alguien se acerca, no logro ver mas que un rostro distorsionado, no se quien es, pero me dice que deje de llorar, que no ha muerto nadie, y en ese momento, que finalmente lo entiendo, o mas bien, lo acepto, y por primera vez desde que te fuiste logro alzar la cabeza y ver que “Sí, he muerto yo”.

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domingo, 20 de septiembre de 2009

Aquel fatídico día

Por Graciela Sanchez


Siento como voy cayendo al vacío, es una sensación extraña, de pronto me falta el aire, me abrazas para mitigar el daño, quiero respirar, en verdad, pero siento como tus brazos me asfixian, por más que jalo el aire, éste se niega a llenar mis pulmones y la única manera que encuentro para demostrarte a mí misma que sigo viva es llorar. Así que dejo que mis ojos se nublen (no tengo ya otro medio), mientras entiendo que ya no hay palabra o acto que cambie la realidad.

Me alejo con las lagrimas como únicas compañeras, siento que sólo ellas me van a ayudar a sacar este dolor tan fuerte que se ha albergado en mí, no quiero hacer otra cosa.

Trato, como cuando era niña, de llorar hasta quedarme dormida, sin embargo, constantemente vienen a mí suspiros desgarradores que sacan el poco aire que aun conservo, siento como se me desgarra la garganta de tanto ahogar mi voz para no llamarte, para dejar de pronunciar tu fatídico nombre.

Así va transcurriendo toda la noche, o lo que dicen que es la noche, porque esta pena me ha hecho ver cuan efímero es el tiempo.

Y a pesar de todo no logras salir de mí, sino que siento como regresas con cada una de mis lágrimas, y como, al secarse, te vas metiendo entre mis poros, y no entiendo , si yo quiero dejarte, quiero odiarte, quiero comenzar a respirar nuevamente, quiero que la sonrisa vuelva a mí, quiero acordarme de quien y como soy.

Debo acordarme de quien soy, así que decido levantarme, bañarme y vestirme, iniciar nuevamente, desecharte, pero me doy cuenta de que la sonrisa que taladro en mi rostro no lo borra todo, el dolor interno que tengo busca un escape que encuentra por mis ojos, el camino que llevo de pronto se hace difuso, no puedo ver mas que mis lagrimas, no puedo ni ver quien es la que está en mi espejo.

Van pasando las horas, y con ellas voy pasando yo, y me doy cuenta de que al irte de llevaste gran parte de mí, incluso aquella que era mía antes de que te conociera.

Alguien se acerca, no logro ver mas que un rostro distorsionado, no se quien es, pero me dice que deje de llorar, que no ha muerto nadie, y en ese momento, que finalmente lo entiendo, o mas bien, lo acepto, y por primera vez desde que te fuiste logro alzar la cabeza y ver que “Sí, he muerto yo”.

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