Por Lorena Soto
Silvia siempre había escuchado muchas historias acerca de ese volcán, las leyendas le gustaban mucho, pero la que más le gustaba era la que hablaba del guerrero Popocatépetl, que se enamoraba de la princesa Iztacíhuatl, pero que a su padre Tezozómoc no le agradaba tal amorío, entonces los enamorados deciden escapar, sin embargo Iztacíhuatl es alcanzada por una flecha que causa su muerte y queda como dormida, entonces Popocatépetl promete que la va a cuidar hasta que regrese.
A Silvia le gustaba mucho esta leyenda desde que era una niña, y siempre pensó en hacer un viaje algún día para ir al volcán lleno de nieve en los límites de Puebla y el Estado de México, después de todo no estaba tan cerca y podría ser una buena aventura, de esas que perduran por toda la vida en nuestras mentes.
Al transcurso de los años, se fue olvidando de aquella emoción e inquietud que sentía cada vez que escuchaba la historia en voz de su bisabuela, ya que ella soñaba cada día con ser la princesa Iztacíhuatl y que Popocatépetl fuera por ella para llevarla a un lugar lejos de ahí.
Silvia nunca tuvo el afecto de sus padres, para ellos era más importante pelear todo el tiempo por el bienestar de su hija, que ver por ella, la mayor parte del tiempo Silvia estaba sola, pues sus padres trabajaban todo el día, salvo los fines de semana, que la llevaban con la bisabuela hasta el domingo que pasaban por ella ya muy tarde.
Ya cuando iba a entrar a la universidad, Silvia fue invitada por algunos de sus amigos a un campamento, precisamente en las faldas del volcán, ella lo pensó por un momento, pero en el fondo sabía que deseaba con fuerza ir al lugar; así que decidió que así sería. Lo haría aunque sus papás no se lo permitieran, y como eso sucedía muy a menudo, pues pensó en no comentarles nada, a fin de cuentas, sólo serían una par de noches, tal vez ni siquiera notarían su presencia, ya que después de la muerte de su bisabuela, ellos seguían saliendo los fines de semana cada quién por su lado y la dejaban sola en casa.
Aceptó entonces ir con sus amigos. La caminata fue larga a través del monte y el frío se hacía cada vez más intenso. Llegaron ya hasta donde nevaba y decidieron acampar ahí, pero a medida en que Silvia se iba acercando, la invadía una ansiedad terrible, sentía nostalgia al ver ese gran monte cubierto por la nieve.
Antes de comenzar a subir, muchos lugareños les advirtieron no sólo del frío, sino de las tremendas tormentas que en las noches ocurrían, les recomendaron que siempre estuvieran juntos por si acaso, porque era muy peligroso andar de noche por esos rumbos. Era un lugar muy concurrido pero no lo suficiente como para que se realizaran búsquedas exhaustivas por las personas desaparecidas.
No obstante a Silvia siempre le intrigó eso de ver los cráteres de los volcanes, “¿se verá así la lava y todo?” se preguntaba. De pronto, ella recordó las leyendas que su abuela le contaba de ese volcán. Realmente toda su niñez vivió enamorada del guerrero Popocatépetl.
Espero a que todos durmieran y pensó “¿tormenta, cuál tormenta?, si no pasa nada, ni que me fuera yo a perder” Caminó mucho tiempo y el frío ya le helaba hasta los huesos, pero cuando se disponía a regresar vio a lo lejos una silueta, la silueta de un hombre con varias pieles encima cubriéndolo del frío, se dispuso a acercarse y le llamó “¡Oye tú, qué haces aquí tan tarde!” supuso que era un hombre, por la espalda ancha que se le veía desde lejos, así que continuó acercándose.
Siguió gritándole pero no volteaba a verla, como si no la escuchara, entonces se acercó más y más hasta que lo tuvo casi en frente “Me llamo Silvia ¿tú qué haces tan tarde aquí, acaso estás buscando a Iztacíhuatl?” dijo ella con un tono burlón. En cuanto terminó de mencionar el nombre, el volteó a mirarla, la vio a los ojos y dijo algo extraño, en una lengua que ella no entendía, pensó entonces que él era uno de los lugareños que le estaba jugando una broma, pero entonces el joven la abrazó y siguió hablando en una lengua extraña. Perpleja Silvia sólo se quedó pasmada y no reprochó nada, pues de alguna manera sentía cierta nostalgia y una calidez extraña al estar cerca de este hombre.
El la abrazaba con tanta fuerza que ella no podía ni separarlo un poco de su cuerpo, de repente, sintió que él la tomó de los hombros y la alejó un poco para ver su rostro. Al verlo, sintió un alivio y una paz inmensa, como si le hubiesen quitado un peso de encima, algunas lágrimas brotaron de sus ojos y ella sonrió. Hacía frío, pero ella ya no lo sentía. Él volvió a decir unas palabras, ella sabía que era un lenguaje que jamás había escuchado en su vida, pero por algún motivo supo a qué se refería, ella entendió lo que él le dijo. Silvia suspiró y con una sonrisa en sus labios dijo “Ya estoy de Vuelta mi amado Popocatépetl”
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domingo, 7 de noviembre de 2010
Ya estoy de Vuelta mi amado Popocatépetl
Por Lorena Soto
Silvia siempre había escuchado muchas historias acerca de ese volcán, las leyendas le gustaban mucho, pero la que más le gustaba era la que hablaba del guerrero Popocatépetl, que se enamoraba de la princesa Iztacíhuatl, pero que a su padre Tezozómoc no le agradaba tal amorío, entonces los enamorados deciden escapar, sin embargo Iztacíhuatl es alcanzada por una flecha que causa su muerte y queda como dormida, entonces Popocatépetl promete que la va a cuidar hasta que regrese.
A Silvia le gustaba mucho esta leyenda desde que era una niña, y siempre pensó en hacer un viaje algún día para ir al volcán lleno de nieve en los límites de Puebla y el Estado de México, después de todo no estaba tan cerca y podría ser una buena aventura, de esas que perduran por toda la vida en nuestras mentes.
Al transcurso de los años, se fue olvidando de aquella emoción e inquietud que sentía cada vez que escuchaba la historia en voz de su bisabuela, ya que ella soñaba cada día con ser la princesa Iztacíhuatl y que Popocatépetl fuera por ella para llevarla a un lugar lejos de ahí.
Silvia nunca tuvo el afecto de sus padres, para ellos era más importante pelear todo el tiempo por el bienestar de su hija, que ver por ella, la mayor parte del tiempo Silvia estaba sola, pues sus padres trabajaban todo el día, salvo los fines de semana, que la llevaban con la bisabuela hasta el domingo que pasaban por ella ya muy tarde.
Ya cuando iba a entrar a la universidad, Silvia fue invitada por algunos de sus amigos a un campamento, precisamente en las faldas del volcán, ella lo pensó por un momento, pero en el fondo sabía que deseaba con fuerza ir al lugar; así que decidió que así sería. Lo haría aunque sus papás no se lo permitieran, y como eso sucedía muy a menudo, pues pensó en no comentarles nada, a fin de cuentas, sólo serían una par de noches, tal vez ni siquiera notarían su presencia, ya que después de la muerte de su bisabuela, ellos seguían saliendo los fines de semana cada quién por su lado y la dejaban sola en casa.
Aceptó entonces ir con sus amigos. La caminata fue larga a través del monte y el frío se hacía cada vez más intenso. Llegaron ya hasta donde nevaba y decidieron acampar ahí, pero a medida en que Silvia se iba acercando, la invadía una ansiedad terrible, sentía nostalgia al ver ese gran monte cubierto por la nieve.
Antes de comenzar a subir, muchos lugareños les advirtieron no sólo del frío, sino de las tremendas tormentas que en las noches ocurrían, les recomendaron que siempre estuvieran juntos por si acaso, porque era muy peligroso andar de noche por esos rumbos. Era un lugar muy concurrido pero no lo suficiente como para que se realizaran búsquedas exhaustivas por las personas desaparecidas.
No obstante a Silvia siempre le intrigó eso de ver los cráteres de los volcanes, “¿se verá así la lava y todo?” se preguntaba. De pronto, ella recordó las leyendas que su abuela le contaba de ese volcán. Realmente toda su niñez vivió enamorada del guerrero Popocatépetl.
Espero a que todos durmieran y pensó “¿tormenta, cuál tormenta?, si no pasa nada, ni que me fuera yo a perder” Caminó mucho tiempo y el frío ya le helaba hasta los huesos, pero cuando se disponía a regresar vio a lo lejos una silueta, la silueta de un hombre con varias pieles encima cubriéndolo del frío, se dispuso a acercarse y le llamó “¡Oye tú, qué haces aquí tan tarde!” supuso que era un hombre, por la espalda ancha que se le veía desde lejos, así que continuó acercándose.
Siguió gritándole pero no volteaba a verla, como si no la escuchara, entonces se acercó más y más hasta que lo tuvo casi en frente “Me llamo Silvia ¿tú qué haces tan tarde aquí, acaso estás buscando a Iztacíhuatl?” dijo ella con un tono burlón. En cuanto terminó de mencionar el nombre, el volteó a mirarla, la vio a los ojos y dijo algo extraño, en una lengua que ella no entendía, pensó entonces que él era uno de los lugareños que le estaba jugando una broma, pero entonces el joven la abrazó y siguió hablando en una lengua extraña. Perpleja Silvia sólo se quedó pasmada y no reprochó nada, pues de alguna manera sentía cierta nostalgia y una calidez extraña al estar cerca de este hombre.
El la abrazaba con tanta fuerza que ella no podía ni separarlo un poco de su cuerpo, de repente, sintió que él la tomó de los hombros y la alejó un poco para ver su rostro. Al verlo, sintió un alivio y una paz inmensa, como si le hubiesen quitado un peso de encima, algunas lágrimas brotaron de sus ojos y ella sonrió. Hacía frío, pero ella ya no lo sentía. Él volvió a decir unas palabras, ella sabía que era un lenguaje que jamás había escuchado en su vida, pero por algún motivo supo a qué se refería, ella entendió lo que él le dijo. Silvia suspiró y con una sonrisa en sus labios dijo “Ya estoy de Vuelta mi amado Popocatépetl”
Silvia siempre había escuchado muchas historias acerca de ese volcán, las leyendas le gustaban mucho, pero la que más le gustaba era la que hablaba del guerrero Popocatépetl, que se enamoraba de la princesa Iztacíhuatl, pero que a su padre Tezozómoc no le agradaba tal amorío, entonces los enamorados deciden escapar, sin embargo Iztacíhuatl es alcanzada por una flecha que causa su muerte y queda como dormida, entonces Popocatépetl promete que la va a cuidar hasta que regrese.
A Silvia le gustaba mucho esta leyenda desde que era una niña, y siempre pensó en hacer un viaje algún día para ir al volcán lleno de nieve en los límites de Puebla y el Estado de México, después de todo no estaba tan cerca y podría ser una buena aventura, de esas que perduran por toda la vida en nuestras mentes.
Al transcurso de los años, se fue olvidando de aquella emoción e inquietud que sentía cada vez que escuchaba la historia en voz de su bisabuela, ya que ella soñaba cada día con ser la princesa Iztacíhuatl y que Popocatépetl fuera por ella para llevarla a un lugar lejos de ahí.
Silvia nunca tuvo el afecto de sus padres, para ellos era más importante pelear todo el tiempo por el bienestar de su hija, que ver por ella, la mayor parte del tiempo Silvia estaba sola, pues sus padres trabajaban todo el día, salvo los fines de semana, que la llevaban con la bisabuela hasta el domingo que pasaban por ella ya muy tarde.
Ya cuando iba a entrar a la universidad, Silvia fue invitada por algunos de sus amigos a un campamento, precisamente en las faldas del volcán, ella lo pensó por un momento, pero en el fondo sabía que deseaba con fuerza ir al lugar; así que decidió que así sería. Lo haría aunque sus papás no se lo permitieran, y como eso sucedía muy a menudo, pues pensó en no comentarles nada, a fin de cuentas, sólo serían una par de noches, tal vez ni siquiera notarían su presencia, ya que después de la muerte de su bisabuela, ellos seguían saliendo los fines de semana cada quién por su lado y la dejaban sola en casa.
Aceptó entonces ir con sus amigos. La caminata fue larga a través del monte y el frío se hacía cada vez más intenso. Llegaron ya hasta donde nevaba y decidieron acampar ahí, pero a medida en que Silvia se iba acercando, la invadía una ansiedad terrible, sentía nostalgia al ver ese gran monte cubierto por la nieve.
Antes de comenzar a subir, muchos lugareños les advirtieron no sólo del frío, sino de las tremendas tormentas que en las noches ocurrían, les recomendaron que siempre estuvieran juntos por si acaso, porque era muy peligroso andar de noche por esos rumbos. Era un lugar muy concurrido pero no lo suficiente como para que se realizaran búsquedas exhaustivas por las personas desaparecidas.
No obstante a Silvia siempre le intrigó eso de ver los cráteres de los volcanes, “¿se verá así la lava y todo?” se preguntaba. De pronto, ella recordó las leyendas que su abuela le contaba de ese volcán. Realmente toda su niñez vivió enamorada del guerrero Popocatépetl.
Espero a que todos durmieran y pensó “¿tormenta, cuál tormenta?, si no pasa nada, ni que me fuera yo a perder” Caminó mucho tiempo y el frío ya le helaba hasta los huesos, pero cuando se disponía a regresar vio a lo lejos una silueta, la silueta de un hombre con varias pieles encima cubriéndolo del frío, se dispuso a acercarse y le llamó “¡Oye tú, qué haces aquí tan tarde!” supuso que era un hombre, por la espalda ancha que se le veía desde lejos, así que continuó acercándose.
Siguió gritándole pero no volteaba a verla, como si no la escuchara, entonces se acercó más y más hasta que lo tuvo casi en frente “Me llamo Silvia ¿tú qué haces tan tarde aquí, acaso estás buscando a Iztacíhuatl?” dijo ella con un tono burlón. En cuanto terminó de mencionar el nombre, el volteó a mirarla, la vio a los ojos y dijo algo extraño, en una lengua que ella no entendía, pensó entonces que él era uno de los lugareños que le estaba jugando una broma, pero entonces el joven la abrazó y siguió hablando en una lengua extraña. Perpleja Silvia sólo se quedó pasmada y no reprochó nada, pues de alguna manera sentía cierta nostalgia y una calidez extraña al estar cerca de este hombre.
El la abrazaba con tanta fuerza que ella no podía ni separarlo un poco de su cuerpo, de repente, sintió que él la tomó de los hombros y la alejó un poco para ver su rostro. Al verlo, sintió un alivio y una paz inmensa, como si le hubiesen quitado un peso de encima, algunas lágrimas brotaron de sus ojos y ella sonrió. Hacía frío, pero ella ya no lo sentía. Él volvió a decir unas palabras, ella sabía que era un lenguaje que jamás había escuchado en su vida, pero por algún motivo supo a qué se refería, ella entendió lo que él le dijo. Silvia suspiró y con una sonrisa en sus labios dijo “Ya estoy de Vuelta mi amado Popocatépetl”
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