miércoles, 9 de diciembre de 2009

Viviendo a la mitad.

Por Graciela Sanchez

“Come solo la mitad”, increíble pero pasé mi niñez entera escuchando sólo esa frase de cuanto adulto se relacionaba conmigo, y es que, en esa época yo era una gran niña en todos los sentido, ya saben, la clásica chica de promedio perfecto, gran carisma, amiga de todos, la consentida de los profesores, pero para mí, no sólo mi comida sino mi autoestima estuvo siempre a la mitad, y es que no fue fácil escuchar a mi familia decir: “oye, es que eres inteligente, pero no todo en la vida es la inteligencia, también la belleza cuenta, deberías de adelgazar, sino, ¿Quién te va a querer?".

Y sí, ese fue el gran trauma de mi vida que hiso que fuera una niña frustrada, pues con 8 kilos de más, para mí "la gordita del salón", la vida quedo limitada a la mitad de las oportunidades que tuvieron las niñas delgaditas, pues si me atrevía siquiera a pensar en querer salir con el niño más guapo del salón , me convertía en un flanco directo para las burlas ( y miren que los niños de 8 a 13 años son peor que cualquier mara, jaja).

Así , poco a poco, aprendí a vivir a medias, limitándome para todo, poniéndome un mallón como las Flans que estaban de moda, pero encima una playerota para que “no se me viera la panza”, o viendo en las tiendas como era que el modelo de los pantalones que me habían comprado se veían increíbles con una ombliguera como las Garibaldi, (que, obviamente, a mí no me quedaba) y para terminar de amolarla me tocó ser morena en la época de las güeras se divierten más .

Encima de todo esto, la niña que era mi mejor amiga era güerita y delgadita, jamás se acercó al cuadro de honor ni por error, pero su vida nunca se limitó a comer la mitad del pan, ni a ser la mitad de bonita que las demás, no importaba, ella era delgada, y cada vez que iba a su casa veía cómo es que ella sacaba una muda de ropa y se la ponía, a diferencia de mí, que aún en mi adolescencia, pasaba horas vistiendo , no para verme bien, sino para no verme tan mal.

Y bien, juntando todo esto y por la ayuda no grata de mi adorable familia, crecí odiando a mi cuerpo, pensando que mal había hecho yo para merecerme una talla 34, incluso matándome de hambre en la secundaria para ver si así lograba encontrar la otra mitad de mi amor propio que de niña me ayudaron a perder, jamás me dijeron que mi físico no era una limitante para ser hermosa, pues la hermosura es un estado mental, no físico; Tampoco se me dijo que , por salud mental, debía evitar a aquellos hombres que valoraban a las chicas por su apariencia física solamente.

Todo lo anterior me orilló a odiarme, bueno, no a mi, a mi cuerpo, y por tanto, dejar de cuidarlo, incluso privarlo de comida por horas y horas enteras para castigarme por estar tan gorda y fea, odiar verme al espejo, porque, después de todo, ¿Para qué? si ya sabía que fea ya estaba, después de todo, la mujer perfecta no existía.

Sin embargo, una ida a la sala de emergencias me hizo darme cuenta en lo desagradecida que era con mi lindo cuerpo, que a pesar de los 18 años de malos tratos, de reproches, del más puro y vil odio, seguía trabajando por mí, ayudándome a seguir viva, y me di cuenta que era como una de esas amantes sumisas, que por más que las maltratan, ellas seguían ahí, y que la perfección en las mujeres si existía.

Y en éste punto decidí que era el momento de comenzar a amarme tal y cómo mi cuerpo me amaba a mí, retribuirle un poco años de cuidado y sostén pese al maltrato, es decir, comenzar a quererme a mí misma.

Así que me dije, este día “voy a cambiar”; comencé a comer pero a comer como gente normal, hacer ejercicio, pero no para verme como modelo de revista, sino, por mí, para sentirme bien y para cuidar a ese cuerpecito que dios me dio, vistiéndome y maquillándome para mí, para sentirme y consentirme a mí misma (y cómo me molesta la gente que siempre me pregunta para quien me arreglé).

¿Arreglarme? Ni que estuviera descompuesta, y empezar a vivir mi vida llenando mis metas y expectativas, no las de otros.
Después de algún tiempo de expresarme el más puro y verdadero amor propio, un día me desperté y me di cuenta que, la solución a toda una vida de limitaciones no estaba en la mitad de un pan, o en sólo la mitad de guisado sino en mí misma, el conocer y amar mi cuerpo tal y cómo es.

Me di cuenta que las mujeres perfectas si existíamos, pero no son las que se parecen a Megan Fox o a las chicas Playboy, sino como una mujer inteligente, y bella tal y como es, es decir, finalmente dejé tanto de comer como de vivir sólo la mitad.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Viviendo a la mitad.

Por Graciela Sanchez

“Come solo la mitad”, increíble pero pasé mi niñez entera escuchando sólo esa frase de cuanto adulto se relacionaba conmigo, y es que, en esa época yo era una gran niña en todos los sentido, ya saben, la clásica chica de promedio perfecto, gran carisma, amiga de todos, la consentida de los profesores, pero para mí, no sólo mi comida sino mi autoestima estuvo siempre a la mitad, y es que no fue fácil escuchar a mi familia decir: “oye, es que eres inteligente, pero no todo en la vida es la inteligencia, también la belleza cuenta, deberías de adelgazar, sino, ¿Quién te va a querer?".

Y sí, ese fue el gran trauma de mi vida que hiso que fuera una niña frustrada, pues con 8 kilos de más, para mí "la gordita del salón", la vida quedo limitada a la mitad de las oportunidades que tuvieron las niñas delgaditas, pues si me atrevía siquiera a pensar en querer salir con el niño más guapo del salón , me convertía en un flanco directo para las burlas ( y miren que los niños de 8 a 13 años son peor que cualquier mara, jaja).

Así , poco a poco, aprendí a vivir a medias, limitándome para todo, poniéndome un mallón como las Flans que estaban de moda, pero encima una playerota para que “no se me viera la panza”, o viendo en las tiendas como era que el modelo de los pantalones que me habían comprado se veían increíbles con una ombliguera como las Garibaldi, (que, obviamente, a mí no me quedaba) y para terminar de amolarla me tocó ser morena en la época de las güeras se divierten más .

Encima de todo esto, la niña que era mi mejor amiga era güerita y delgadita, jamás se acercó al cuadro de honor ni por error, pero su vida nunca se limitó a comer la mitad del pan, ni a ser la mitad de bonita que las demás, no importaba, ella era delgada, y cada vez que iba a su casa veía cómo es que ella sacaba una muda de ropa y se la ponía, a diferencia de mí, que aún en mi adolescencia, pasaba horas vistiendo , no para verme bien, sino para no verme tan mal.

Y bien, juntando todo esto y por la ayuda no grata de mi adorable familia, crecí odiando a mi cuerpo, pensando que mal había hecho yo para merecerme una talla 34, incluso matándome de hambre en la secundaria para ver si así lograba encontrar la otra mitad de mi amor propio que de niña me ayudaron a perder, jamás me dijeron que mi físico no era una limitante para ser hermosa, pues la hermosura es un estado mental, no físico; Tampoco se me dijo que , por salud mental, debía evitar a aquellos hombres que valoraban a las chicas por su apariencia física solamente.

Todo lo anterior me orilló a odiarme, bueno, no a mi, a mi cuerpo, y por tanto, dejar de cuidarlo, incluso privarlo de comida por horas y horas enteras para castigarme por estar tan gorda y fea, odiar verme al espejo, porque, después de todo, ¿Para qué? si ya sabía que fea ya estaba, después de todo, la mujer perfecta no existía.

Sin embargo, una ida a la sala de emergencias me hizo darme cuenta en lo desagradecida que era con mi lindo cuerpo, que a pesar de los 18 años de malos tratos, de reproches, del más puro y vil odio, seguía trabajando por mí, ayudándome a seguir viva, y me di cuenta que era como una de esas amantes sumisas, que por más que las maltratan, ellas seguían ahí, y que la perfección en las mujeres si existía.

Y en éste punto decidí que era el momento de comenzar a amarme tal y cómo mi cuerpo me amaba a mí, retribuirle un poco años de cuidado y sostén pese al maltrato, es decir, comenzar a quererme a mí misma.

Así que me dije, este día “voy a cambiar”; comencé a comer pero a comer como gente normal, hacer ejercicio, pero no para verme como modelo de revista, sino, por mí, para sentirme bien y para cuidar a ese cuerpecito que dios me dio, vistiéndome y maquillándome para mí, para sentirme y consentirme a mí misma (y cómo me molesta la gente que siempre me pregunta para quien me arreglé).

¿Arreglarme? Ni que estuviera descompuesta, y empezar a vivir mi vida llenando mis metas y expectativas, no las de otros.
Después de algún tiempo de expresarme el más puro y verdadero amor propio, un día me desperté y me di cuenta que, la solución a toda una vida de limitaciones no estaba en la mitad de un pan, o en sólo la mitad de guisado sino en mí misma, el conocer y amar mi cuerpo tal y cómo es.

Me di cuenta que las mujeres perfectas si existíamos, pero no son las que se parecen a Megan Fox o a las chicas Playboy, sino como una mujer inteligente, y bella tal y como es, es decir, finalmente dejé tanto de comer como de vivir sólo la mitad.

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